Situada al norte de Valencia, Alboraya es un municipio histórico de gran importancia. Su capacidad productiva a lo largo de los siglos ha alimentado a romanos, árabes, medievales y lo sigue haciendo hasta nuestros días. Conectada con la urbe, Alboraya mira al mar, a su tierra, la que da de comer, y encabeza un paisaje y una cultura única que se ha recogido en lo que se llama l´horta Nord.
A pocos kilómetros de la Comunidad Valenciana, la ciudad de Alboraya encuentra su origen como núcleo urbano en una alquería andalusí. Desde aquellos primeros asentamientos del siglo XIII, el municipio ha sido históricamente un territorio rural muy dependiente de la ciudad y viceversa. Las antiguas alquerías eran una continuación de grandes urbes y se creaban con la intención de establecer poblaciones encargadas de labores agrícolas. Por lo tanto, el crecimiento de Alboraya está íntimamente ligado a su tierra, al agua que corre por su territorio, a los productos que desde hace siglos dan sus cosechas.Esa herencia todavía se ve y se siente en sus paisajes y en las costumbres de sus vecinos. Las cuatro acequias (Montcada, Tormos, Rascanya y Mestalla), históricas compañeras de este territorio de l´horta nord, se presentan al agricultor y al viajero como una constante, mientras inundan los campos de cultivo al norte del Turia, principalmente de chufa que ya invadía sus tierras desde el siglo XVIII, pero también de patata o de cebolla.El terreno cultivable está prácticamente entero dedicado al cultivo hortícola, de planta pequeña, que permite tener una visión amplia de esta huerta histórica que, como fondo escénico, por el barranco del Carraixet, tiene al mar Mediterráneo.Entre las antiguas barracas, ermitas y los caminos de la época musulmana, encontramos un municipio que se ha desarrollado industrial y turísticamente, pero que sabe de dónde viene. Por eso ponen en valor su producción local que es su auténtico sello de identidad.
Cuando los musulmanes conquistaron Valencia a principios del siglo VIII, constataron las similitudes de la huerta norte de esta tierra con las del Valle del Nilo. Se aprovecharon del trabajo previo que habían realizado los romanos y construyendo acequias regaron con agua del Turia toda esta parte al norte de la actual capital. Los musulmanes revolucionaron la agricultura con sus conocimientos avanzados e introdujeron nuevos productos como el arroz, el azúcar de caña, algunos cítricos que todavía se mantienen, los pistachos, los albaricoques o la sandía. En los terrenos que ocupan el espacio entre el Turia y el barranco de Carraixet comenzaron a cultivar la chufa para extraer su leche vegetal. Hasta que en 1238 Jaime I, previo paso de El Cid, los reconquistó y todos estos campos quedaron bajo su jurisdicción y el trabajo de sus vasallos.Esta situación feudal no cambió hasta el siglo XX, cuando los labradores, con mucho esfuerzo, comenzaron a comprar los campos a sus señores y a ser independientes gracias a trabajar de sol a sol. Sin lujos, pero ya siendo propietarios, eran autosuficientes a través de lo que los animales y la propia tierra podían les podían dar: estiércol para abonar y seguir cultivando.El trabajo de estos agricultores que trabajaban de sol a sol, de lunes a domingo, convirtió a la huerta valenciana en una de las áreas productivas más importantes de España hasta 1990.El auge del turismo, los bajos márgenes de beneficios de la huerta y la falta de relevo generacional están cambiando el paisaje hacia uno más urbano. Desde el año 2000, la conciencia de mantener este legado histórico y cultural ha hecho que se desarrollen leyes para proteger la huerta, sus tradiciones y las personas que de ella viven.